lunes, 4 de julio de 2016

...y en el último trago nos vamos


Mi borracho de cabecera está sembrado últimamente; desde que descubrí los chupitos de jägermeister la terapia me sale mucho más barata comparada con la noche de copas.
Admiro la capacidad de este tipo para destilar el alcohol en el cerebro; la única resaca que recuerdo provocada por ese brebaje maldito aún me taladra alguna neurona que logró sobrevivir a una noche de San Valentín en la que salí de casa con aspiraciones de príncipe azul y regresé convertido en repugnante sapo verde; sospecho que los besos que nunca dimos nos persiguen ya para siempre.
Pero mi psicoanalista de barra, experto catador de venenos, se viene arriba con el castigo; su lucidez es tanto mayor cuanto más se aproxima a lo que para cualquiera sería un coma etílico. En esos momentos desborda una extraordinaria capacidad de persuasión y puede conseguir, por ejemplo, que te vayas a casa con la certeza de que estás en perfectas condiciones para conducir o incluso convencido de que no hay sueños imposibles ni motivos para dejar de luchar por ellos.
Anoche incluso consiguió que me comprometiera a dejar constancia por escrito de las bondades del tratamiento por si pudiera ampliar, dice, su cartera de clientes. No seré yo el que afirme la eficacia de sus reflexiones, pero al menos la ocasión me permite seguir estirando el repertorio de este espacio que, como tengo dicho, no es más que un ejercicio mental para el desahogo con un toque de provocación.
O dicho de otra forma, todo lo anterior no es más que una excusa para acercarme a la temática de una de esas canciones que se aparecen por algún motivo y que me apetecía compartir; he elegido esta versión en la que queda bien reflejado aquello que dijo de ella Sabina: Quien pudiera reír como llora Chavela.









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