jueves, 29 de enero de 2015

El frío de Auschwitz

Era una mañana soleada del mes de diciembre de 2011 y aunque la temperatura -decían allí- estaba por encima de la habitual en esas fechas, recuerdo especialmente el frío. Era un frío intenso pero sobre todo era un frío especial, diferente. Lo he revivido ahora, cuando se se cumplen 70 años de la liberación de Auschwitz, al ojear las pocas fotos que guardo como recuerdo de mi paso por ese lugar.
Al verlas ahora me parece entender mejor las sensaciones allí experimentadas. No era el frío exterior el que provocaba miradas gélidas. Es un frío de dentro afuera el que ahora percibo en esas imágenes.

Basta una ropa adecuada de abrigo para soportar el frío exterior. Pero el otro no. El otro no hay manera de combatirlo. Es puro hielo el que sientes al pisar esa arena oscura del Campo mientras la mente te lleva una y otra vez a imaginar el efecto que ese mismo frío debía causar en aquellos cuerpos en los que no había más que hueso y piel, cubiertos únicamente por una especia de pijama de rayas. Es un frío que congela las entrañas, que se queda adherido a los huesos cuando percibes que esa circunstancia -la temperatura invernal en ese rincón del mundo- era posiblemente una de las torturas más llevaderas de las que allí se administraban.
El frío de Auschwitz es un frío de muerte y dolor; se queda impregnado cuando tocas los muros de los barracones para asegurarte físicamente de que es real eso que tienes delante. El dolor se palpa en las paredes y en los camastros; el dolor y el frío se mastican en el ambiente y resbala con las lágrimas por el rostro de una mujer española que contempla toneladas del pelo o un cerro de zapatitos de niño al otro lado de las enormes vitrinas del Museo.

El dolor también es frío y atraviesa los muros de Birkenau deslizándose por las vías muertas. Si te fijas bien puedes percibir junto a los raíles el estruendo de un silencio que oculta el eco de los lamentos que quedaron atrapados para siempre en un viejo vagón de madera que sigue parado en medio de la enorme explanada; gritos de angustia que se mezclan con otra huella, la de los alaridos y los golpes con los que los SS recibían el cargamento en el andén.
Es imposible imaginar lo que debía ser un minuto en el infierno de aquella fábrica de muerte y de maldad cuando el frío ahora -70 años después- te empuja a salir lo antes posible de un lugar al que has acudido por voluntad propia. Es imposible hacerse una idea del efecto que ese frío provocaba en esos seres humanos que no tenían más razón de ser que llegar a la noche con vida, suponiendo que se pueda definir como vida una existencia como esa.
Son muy pocos los que aún pueden dar testimonio de aquél horror abominable. He visto sus gestos, sus miradas de niebla y frío cuando han vuelto al escenario del horror siete décadas después. Y con todo, no puedo dejar de imaginar la sangre congelada en las venas de esos supervivientes ante cada uno de los millones de votos que reciben en cualquier lugar de Europa los herederos de los que no consiguieron culminar aquella obra de crueldad infinita.





1 comentario:

  1. Hay experiencias y emociones que nunca se olvidan. El martes, 70 años desde su liberación, reviví aquella experiencia vivida hace unos años, aquella visita, aquel frío, aquella desolación. Hoy lo he vuelto a revivir leyendo tu post. Aquel frío interior, helador. Olvidarlo sería olvidarles y eso sería imperdonable. Enhorabuena por tu post y tu recuerdo.

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