miércoles, 10 de septiembre de 2014

Miedo

Tengo para mi que una de las peores cosas que nos ha traído la crisis es la dictadura del miedo. Está en todas partes y parece extenderse sin control; pero no es cierto, creo más bien que es precisamente el manejo preciso del miedo y su estratégica difusión la que hace aún más mortíferos sus efectos.
Cada cual gestiona sus miedos como puede, como le dejan, como Dios le da a entender, con egoísmo calculado, sin pudor, con maldad, sin remedio, con vino, a palo seco, en compañía de otros o solo.
Tenemos miedo a hablar y mucho más a decir lo que pensamos. Pero también nos asusta quedarnos callados porque alguien, sin duda, interpretará de forma interesada nuestros silencios. 
Sabemos que callar nos hace cómplices, pero enfrentarse al miedo es una opción poco probable y demasiadas veces se impone la cobardía. Optamos entonces por salvar nuestro culo aunque ello suponga que le den por ahí mismo al que haga falta, aunque ese alguien fuera amigo o aliado en otro tiempo no lejano. No importa que otros caigan porque el miedo es un escudo magnífico en el que poner a resguardo nuestra conciencia malherida, suponiendo que alguna vez la tuviéramos. 
El miedo es el peor enemigo de la dignidad y el mejor aliado de la resignación
El miedo es la excusa perfecta para no hacer lo que de sobra sabemos que deberíamos hacer; por nosotros mismos, por las generaciones que nos trajeron hasta aquí, por nuestros hijos... 
El miedo nos mantiene en el rincón encogidos, con la cabeza entre las piernas, con los ojos cerrados... como si eso nos hiciera invisibles, como si eso nos garantizase quedar a salvo, como si lo único importante fuera sobrevivir un minuto más, una hora más, un día.... Como si vivir en realidad se hubiera convertido en un tema menor, en objetivo secundario. 
Tenemos tanto miedo que estamos dispuestos a dar las gracias si no nos pisan demasiado fuerte. Y lo peor de todo es que estamos interiorizando tanto el miedo que damos por sentado que las cosas son así, que solo pueden ser así o, peor aún, que podrían ponerse mucho peor. 
Nos estamos acostumbrando. Parece que el estado natural de las cosas es esta sensación de estar cagados de miedo; por lo que sabemos, por lo que intuimos, por lo que pueda venir o por lo que nunca existió.
Tenemos tanto miedo que podemos escribir teorías como esta sin decir abiertamente de qué o de quién estamos hablando porque, para hacerlo, habría que echarle un par de cojones.



No hay comentarios:

Publicar un comentario